Esta es una pequeña historia de éxito que me recordó una vez más que la esperanza es lo último que se pierde.
Si retrocedo dos años atrás, me puedo visualizar recopilando todo el papeleo necesario para aplicar a la pasantía que se había convertido en mi mayor objetivo, no sólo por la institución que representa, pero por el trabajo constante que ejerce por mi país, Venezuela, y por toda la región. Soy ambiciosa, persigo mis objetivos hasta obtenerlos, pero pasó algo que nadie se lo esperaba, que demandó una transición inmediata a una nueva realidad, pasó la pandemia. Así fue como toda esa travesía para trabajar en Washington D.C en la Organización de Estados Americanos, la gran presión regional para la recuperar la democracia de mi país, se desvaneció repentinamente.
Capaz suena muy dramático, pero sentí una gran desilusión, no veía cerca el momento para volver a tener otra oportunidad así. La pandemia ocurrió para muchos, bajo mi reflexión, como la historia de la Caja de Pandora, en la que los Dioses griegos le entregaron una caja con una gran curiosidad, ella por no aguantarse la abrió y así escaparon de su interior todos los males del mundo, sólo quedó en ella el único bien que habían metido: la esperanza. De la noche a la mañana la vida cambió y entramos en un contexto mundial tan triste y a la vez incierto, que muchas veces el único motor con el que contábamos era la esperanza. Te estarás preguntando que cómo llegué aquí. Bueno, pasaron los meses y en septiembre del año pasado me salió en Instagram una publicidad de la OEA ofreciendo unas prácticas virtuales. Fue así como toda esa travesía que les conté, no había sido en vano: tenía todos los documentos listos y sin pensarlo mucho, apliqué y quedé.
Estoy en España donde estudio relaciones internacionales y la virtualidad me ha permitido aprovechar una oportunidad que considero hasta ahora la más enriquecedora que he tenido. Uno pensaría que el tele-trabajo haría que esta experiencia quizás no fuera tan completa, pero ha sido como ninguna otra. Sé que si estuviera en Washington D.C todo fuera más emocionante, sin embargo, mi equipo me ha hecho sentir como si siempre hubiese sido parte de él. Son personas maravillosas que tienen un gran corazón. Nunca faltan las risas en las reuniones, un cuento que no tenga nada que ver con el trabajo, o una reflexión de vida. Eso ha sido mi experiencia. Trabajar mucho sí, horas de reuniones, también, pero, hoy puedo decir que no sólo me encanta, pero me apasiona y no puedo estar más agradecida por sentirme en tan poco tiempo parte de algo tan grande.
Hoy me siento completa y con ganas de seguir creciendo más. Me entusiasma saber y formar parte del equipo Trust for the Americas, que ha puesto todo para seguir aportando ese valor agregado a sus comunidades, para seguir impactando vidas en la región y para seguir demostrando que capaz todavía falta mucho por hacer, pero la esperanza seguirá siendo lo último que se pierde.